jueves, 30 de abril de 2009

LA BELLA Y LA BESTIA: la historia por escribir de la relación entre el pueblo cubano y la tiranía comunista

Un repaso de algunos libros de gran impacto en la sistemática desilusióm del pueblo cubano con la dictadura comunista.

Yo era todavía bien joven cuando había una manía de citar a José Ingenieros para explicar la simulación como herramienta de la supervivencia, no porque el positivista ítalo-argentino hubiera dado en el clavo con respecto a la conducta gregaria de los sometidos, sino creo, -es mi experiencia cubana-, que había ya circulando muchas ediciones piratas del multifacético intelectual, sobre todo de sus obras "La simulación en la lucha por la vida" y "El hombre mediocre", ambas de claros paralelos con la situación cubana.

Lo más irónico del caso es que, citado por los cubanos para explicar la extraña relación entre simpatizantes y opresores, Ingenieros culminó la última etapa de su vida, desde 1919 a 1925, como furibundo político de tendencia comunista, al punto de crear publicaciones anti-imperialistas (bajo los seudónimos de Julio Barreda Lynch y Julio H. Cisneros) y promover (1922) una utópica "unión latinoamericana", aunque al final se peleó también con los comunistas y murió exudando anarquismo por todos los poros.

Otro psicólogo citado ad nauseam en las barberías y juegos de dominó en Cuba por aquellos tiempos era el francés Gustave Le Bon (1841-1931), que también teorizó fuertemente sobre la psicología de las masas, de hecho el título de su libro más conocido, o el único conocido, -hasta de oídas solamente-, por los divulgadores de sus teorías. En este caso se explicaba la conducta de las masas frenéticas que apoyaban a la entonces joven revolución de Fidel Castro, aplicando los pstulados de Le Bon: "La razón crea las ciencias; las emociones y los credos construyen la historia."

El caso es que la teorización de este francés sobre la conducta de las masas tuvo nicho en los estudios de psicología social del estadounidense Hadley Cantril (1906-1969) , fundador, en 1955, del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Princeton, y quien exploró la relación de subordinación, -emocional y acrítica- de los grupos sociales a la prensa.

Menos mentado, -aunque no ignorado-, en relación a la popularidad de Ingenieros y Le Bon entre los neófitos de las teorías que explicaban la adhesión inicial de una gran cantidad de cubanos al regimen de Castro, fue el filósofo español José Ortega y Gasset (1893-1955), específicamente su libro "La Rebelión de las Masas", en el que explicaba el fenómeno arribista que inundaba la Europa de su tiempo y que el definía con su estilo, más periodístico que literario, como "el hombre-masa (...) un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa al otro. A él se debe el triste aspecto de asfixiante monotonía que va tomando la vida en todo el continente. Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meres idola fori; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones..."'

Entre los orteguianos que bebían en aquellas fuentes la explicación de aquel arrebato masivo con la revolución, hice entonces amistad con un camarero de un dispendio de malta a granel en Guanabacoa, de apellido Salazar, que estimuló mi avidez por la obra de Ortega y sus firmes seguidores, Julián Marías (1914-2005) y la malagueña Maria Zambrano (1904-1991), al punto que por mi casa de Guanabo desfilaron por algunos años alumnos de la facultad de humanidades de la Universidad de La Habana, para estudiar por turnos y clandestinamente, los tomos de La Historia de la Filosofía, de Marías, en una época de desvarío marxista en la que el trágico mamotreto de Rosenthal (edición soviética) había sido substituído, con un guiño aquiescente de Mirtha Aguirre, por el manual del existencialista italiano Niccola Abagnnano (1901-1990).

Hubo entonces, desde la oralidad callejera hasta el cuchicheo herético de las aulas universitarias, un empeño del cubano en desentrañar los turbios mecanismos, según la psicología social, del convivio entre la revolución y sus simpatizantes.

Fueron esos los temas de las apasionadas discusiones en las que reté, vencí y me enamoré de aquella profesora de historia del Preuniversitario del Vedado, hija de yugoeslavo y cubana, en cuyos increíbles ojos verdes leí la furia un dia y luego la pasión, el dolor y la angustia que le trajo el paulatino desengaño con la revolución de sus camisetas y sus consignas doctrinales.

Lo que más me sedujo de tales lecturas y querellas, fue precisamente todo aquel intento de teorización del fenómeno social que, a la vuelta de los años, recedía de su ímpetu inicial, como la cresta de la ola que salta los farallones y luego vuelve a su seno, transformada y ajena a la dinámica que forjó su empuje inicial.

La relación de las masas en Cuba con la revolución como promesa liberadora y a la postre, trampa mortal de las emciones colectivas, todavía esta por escribirse. Ni siquiera esa conflictiva relación ha tocado a su fin, que se augura a veces sangriento, otras acomodado a los estertores biológicos de los fundadores del gobierno comunista. Por esos tiempos también se pusieron en boga aquellos libros casi proféticos del curso de la historia cubana, basados en experiencias similares en otras latitudes, como el tan mentado libro del marxista serbio Milovan Djilas (1911-1995), "La Nueva Clase", quien desde una posición de izquierda independiente fue progresivamente repensando su ideología en el marco antagónico de la Yugoslavia de Jozip Broz (Tito) y el poder hegemónico soviético de Stalin, hasta desembocar Djilas en un "socialismo independiente", mediante el cual se convertía en un herético librepensador.

Es muy interesante que Milovan Djilas, tras denunciar a la cúpula gobernante de Yugoslavia como "reaccionaria" en una famosa entrevista con el New York Times y como resultado haber sido despojado de su militancia comunista y enviado a la cárcel, dedicara su tiempo en la celda a traducir, nada menos que el Paraíso Perdido, de Milton, al serbo-croata. Finalmente, en 1958, casi a la par del acceso de Fidel Castro al poder, la obra cumbre de Djilas, "La Nueva Clase", fue editada y re-editada mundialmente, para convertirse, en manos de miles de cubanos decepcionados, en un verdadero manual de ruta para interpretar el futuro irremediable del país.


Otros libros con más o menos el mismo contenido fueron cayendo en las manos de los ávidos lectores y se hicieron eco incluso en aquellos que no llegaron más que a conocerlos de oídas, como la obra del comunista desilusionado peruano Eudocio Ravines, "La Gran estafa" (1974), una exacerbada denuncia de la doctrina marxista.

Justo es decir que las preferencias en el arsenal literario de resistencia a la maquinaria comunista en Cuba se inclinaban decididamente por todos esos autores que habian sido marxistas y luego denostaban de su adoctrinamiento original. Personajes al estilo del dirigente obrero Eusebio Mujal, descendiente de catalán nacido en Guantánamo, Cuba, que había sido un furibundo marxista en sus tiempos juveniles, pero convertido en absdoluto anti-comunista desde la década de los años 40. La lección histórica que venía de los renegados siempre fue mejor, porque estaba basada en el desengaño que iba ganando, dia a dia, incluso a numerosos recalcitrantes seguidores de los primeros tiempos de Castro.

El libro clave de esos lectores, sin excepción en la abandonada militancia de sus autores, lo fue en excelencia el profético "1984", del británico Eric Arthur Blair, que escribió bajo el seudónimo de George Orwell una historia tenebrosa de ficción que avizoraba la posible hegemonía del totalitarismo stalinista Soviético en todo el mundo. El espionaje electrónico, la sofisticada tecnología de la represión y la sumisión de toda libertad intelectual a los intereses colectivistas del estado eran transferidos del papel a la experiencia cotidiana del cubano, dentro y fuera de la isla.


Otro libro de Orwell, esta vez una sátira con personajes animales, "Rebelión en la Granja", esquematiza la transformación de los revolucionarios idealistas en acomodados burgueses tras alcanzar el poder e instituir un sistema totalitario. Creo que estos dos libros fueron el corolario de las lecturas clandestinas de muchos cubanos, que encontraron en sus anécdotas un reflejo cabal de sus experiencias a lo largo del llamado "proceso revolucionario". Las vivencias de los puercos y las gallinas de una granja, se humanizaban en la azarosa experiencia de quienes habían creído en la llegada de una etapa redentora de justicia social, cuando en realidad se precipitaban en un oscuro destino dictatorial

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