domingo, 26 de julio de 2009

LA ADMINISTRACION OBAMA Y LAS LECCIONES DE HONDURAS.

Adrian Meshad
Julio, 2009
Me parece sabio lo que dice John Lennon en “Beautiful Boy”, que “La vida es lo que sucede mientras estas enfrascado en otros planes.” Nada mejor se aplica a las experiencias derivadas de la actual crisis política hondureña, especialmente para la bisoña administración estadounidense de Barack Obama, cuyo lema de campaña y reiterativo leit motiv en los primeros seis meses de mandato fue, precisamente, lograr un acercamiento con los “enemigos tradicionales” mediante el diálogo.
No creo que siquiera cuando estrechó la mano del presidente venezolano Hugo Chávez, en la cumbre de Trinidad Tobago y Chávez le regaló el panfleto de Galeano “Las Venas abiertas de América Latina”, el actual inquilino de la Casa Blanca pudo interpretar la seña y batear ese lanzamiento como era debido.
A meses de ese encontronazo, el director de la asediada televisora venezolana Globovisión le mencionó en una entrevista a Hillary Clinton por aquel libro y la actual Secretaria de Estado no pudo reprimir una carcajada.
¿Qué es lo que puede haber aprendido la administración Obama desde su primer intento de suavizar la tradicional tensión entre Washington y La Habana, cuando cedió unilateralmente a levantar las restricciones de viajes de cubanos a la isla y además, los envíos de paquetes y dinero conque los exiliados auxilian a sus familias en Cuba? La historia no traicionó sus reiteraciones, y Fidel Castro salió al paso de inmediato para evitar en lo posible un acercamiento entre Cuba y Estados Unidos.
Como eco, el discípulo de Castro, Hugo Chávez, lanzó cuanta andanada pudo para distanciar lo más posible la posibilidad de un diálogo aunque, más incoherente a veces que Fidel Castro, Chávez jugueteó a veces con la posibilidad de ser invitado a la Casa Blanca, siquiera para reeditar aquella boutade de su comparecencia en la ONU sobre Bush, el diablo y sus hedores azufrinos.
Los hechos que se han hilvanado en latinoamérica durante estos meses y el puntillazo final de Manuel Zelaya en Honduras, no dejan dudas a Washington que las cosas no son tan fáciles como extenderle la mano al que no cierra el puño. Ahora, en una histriónica cuerdafloja que ya va para sainete, en los pasillos del Departamento de Estado hay una confusión que evoca al estribillo de aquel viejo comediante argentino, radicado en Cuba, Pepe Biondi, que con cara estúpida repetía hasta el infinito “¿Dónde me pongo? ¿Dónde me pongo?.”
Sin embargo, no deja de ser digno de estudio el juego dialéctico de Castro y sus discípulos en lo tocante al análisis del golpe de estado que depone en Honduras a Manuel Zelaya Rosales y lo expulsa del país, al que intenta regresar una y otra vez en episodios que, si no tuvieran un potencial de tragedia, podrían pasar a ser ejemplos clásicos de la comedia política de latinoamérica.
Primero, la reacción visceral de la administración Obama a la noticia del golpe de estado, una verdadera crónica de una muerte anunciada de corte garciamarqueano , porque en las primeras horas el Departamento de Estado de Estados Unidos declaró con ingenuidad que hacía dias que su representación diplomática en Honduras trataba de atajar el golpe militar, discutiendo con políticos y militares que esa no era la salida democrática al inuendo de Zelaya tratando de perpetuarse en el poder via consulta popular al estilo tan beneficioso para Chávez en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador.
Con la repulsa de EEUU al cuartelazo que puso en el poder al de facto Micheletti, los corifeos de Castro no leyeron, a propósito, una señal de cambio en el curso tradicional de la política de intrusionismo de Estados Unidos en América Latina. Y no se trata solo del empecinado propósito de la nueva izquierda dura latinoamericana, de no perder el foco de sus diatribas, sino que la propia administración Obama arrastra una situación contradictoria que se había proyectado desde la rutilante campaña del primer presidente birracial de Estados Unidos.
La actual Secretaria de Estado de EEUU. , cuando era contrincante de Obama por la nominación demócrata a la presidencia de su país, hizo un punto frecuente de su oratoria la aparente incapacidad del bisoño congresista por Illinois, debido a su inexperiencia, en reaccionar coherentemente a una emergencia internacional que pusiera a prueba su capacidad de respuesta como mandatario de la nación más poderosa del mundo. Pues bien, en seis meses de mandato Obama no ha demostrado, en opinión de sus más acerbos críticos, esa capacidad de respuesta coherente con los interese básicos de Estados Unidos en el mundo, aunque sí, -lo reconocen-, ha logrado en poco tiempo hacer del país bajo su mando una nación mucho menos poderosa que antes.
La demora de una respuesta contundente desde el estallido de la crisis política de Irán, causada por unas elecciones sospechosas y la consecuente reacción multitudinaria contra el electo Ahmadinejah y el Ayatolado que lo respalda, contrasta mucho con la rapidez en la condena del golpe de estado de Honduras, siguiendo en el coro a la Organización de Estados Americanos, una orquesta desafinada a la que dominan ahora los instrumentos populistas regionales bajo la desabrida batuta de José Miguel Insulza, cuidadoso más que nada de ob tener el respaldo del eje Chavista para una ahora postergada aspiración a la presidencia de Chile.
La lectura consecuente de la dispar reacción internacional de Washington, además del prontuario de Obama para echarse al bolsillo a los archi-enemigos con solo mostrarles la ramita de olivo en una de las garras del águila imperial americana, se tradujo, por boca de Fidel Castro, Chávez y comparsa , en una inusitada exigencia , viniendo precisamente de boca de los más anti-imperialistas de aquende y allende: Nada menos que Estados Unidos impusiera su fuerza imperial para lograr que Manuel Zelaya, -manu militare si fuera poisible- regresara a su silla presidencial en Tegucigalpa hasta el final de su mandato, o por lo menos hasta que, resuelto el inuendo inconstitucional, lograra el hombre del sombrerote imponer su afán de reiterada presidencia ad intinitum.
En ese momento, las reflexiones de Fidel Castro se volvieron exigencias para que Estados Unidos actuara conforme a su declaración original de apoyo a la legitimidad presidencial de Zelaya y el repudio al golpe militar. Por su parte Chávez, un golpista fallido el mismo, peroraba perentorio en el palacio de Miraflores para que su homólogo estadounidense aplicara un completo bloqueo económico a los golpistas de Honduras, además se sacar las tropas americanas de la base hondureña de Palmerola, “ipso facto.”
Curioso resulta que los mismos que corearon sus consignas para que Cuba volviera a formar parte de la OEA y que no pierden ni pie ni pisada al pérfido norte imperialista, le exigieran a voz en cuello a Barack Obama nada menos que un bloqueo, -¿El mismo que mantiene EEUU sobre Cuba?- o una invasión militar, al estilo de las que cuenta latinoamérica como un doloroso rosario.
Es cierto que para la estrategia de la izquierda dura, lo mismo da si se gana que si se pierde, porque la dialéctica es uno de sus mas socorridos recursos de propaganda. Si Zelaya entra con la ayuda de los americanos, aquellos le habrían hecho el trabajo sucio a los “socialistas del siglo XXI”; si por el contrario, como ha sucedido, Washington ha optado por una actitud, mucho más cauta, de consultas y recomendaciones de un diálogo cívico, mediado por el actual presidente de Costa Rica, Oscar Arias, siempre habrá tela donde cortar.
De todas maneras, al coro de políticos populistas latinoamericanos, sobra caldo en el hecho de que, a tenor de la presión de esos gobiernos para el reingreso de Cuba a la OEA, en la reunión extraordinaria de esa organización , precisamente en Honduras, los cancilleres de tales regímenes le jugaron una sucia partida a la Secretaria de Estado Hillary Clinton, impidiendo que hablara en el foro para imponer una cláusula de Washington a la posible resolución de restauración del régimen de La Habana al concierto de la OEA. Solo cuando partió en la madrugada la Sra. Clinton, sin haber podido imponer el punto de su gobierno exigiendo el cumpliminento de las normas democráticas elementales para hacer efectivo el regreso de Cuba a la organización de estados americanos, los cancilleres confabulados firmaron la declaración de Honduras, sin la cláusula de marras, por supuesto.
En un artículo publicado en los primeros dias tras la asonada militar de Honduras, Fidel Castro mencionó que “Honduras era la pieza más debil de la cadena” (de nuestros gobiernos de izquierda). Y lo decía en justo reconocimiento de que Manuel Zelaya Rosales, un político liberal tradicional surgido de una familia latifundiaria con antecedentes genocidas probados, solo se había enroscado a la izquierda cuando vio en la familia de mandatarios latinoamericanos bajo la cuerda de Castro y Chávez una grandisima oportunidad de extender su latifundio político en Honduras per secula seculorum, mediante una amañada consulta populista al estilo de Hugo Chávez y el ecuatoriano Correa.
Zelaya, solo tras su patético intercambio del sombrerote con los hermanos Castro y sus payasadas de corte chavista, se convirtió en el candidato a representar al eje populista en su país, y eso le costó su defenestración, basándose sus decapitadores en unos preceptos constitucionales extremadamente claros sobre la posibilidad de intentos reeleccionistas y cambios a la carta magna de Honduras.
Lo que ha venido después es un claro giro propagandístico de los discípulos de Castro, cuando Washington no solo se hizo reacio a responder a sus exigencias drásticas con respecto al gobierno de facto de Micheletti. Como la administración americana se aleja más y mas de esa posibilidad y apostó por el diálogo mediado por Arias, la respuesta de Cuba y Venezuela no se hizo esperar: Estados Unidos juega el doble papel de gavilán y paloma, al decir pintoresco de Hugo Chávez, que saca frecuentemente sus frases del cancionero popular. Al estilo clásico del discurso comunista de los 50’, si Estados Unidos no ayuda a reponer a Zelaya como ellos quieren, entonces fue Washington el que propició el golpe y ahora “compra tiempo” con diálogos amañados, mientras se acercan las elecciones programadas en Honduras para finales de noviembre.
Por otra parte, Washington anuncia la instalación de por lo menos tres bases militares en territorio colombiano, en substitución de la base de Manta, Ecuador, que acaba de ser cerrada por la natural animosidad del gobierno de Rafael Correa. Al mismo tiempo, Israel lanza sendas acusaciones a la Venezuela de Hugo Chávez: Bases de Hezbolah en territorio venezolano y otorgamiento de documentación migratoria falsa a iraníes que ahora viajan libremente por latinoamérica como venezolanos.
Por el flanco Ecuatoriano, fracasa la gestión de Rafael Correa de meter en la cárcel al ex-ministro Juan Manuel Santos, que renunció a su puesto para aspirar a la presidencia de su país, al que Correa acusa de haber invadido territorio ecuatoriano para asesinar a dirigentes guerrilleros de las FARC y por el contrario, el gobierno de Colombia se saca de la manga un oportuno video de las FARC en el que alias Jorge Briceño Suárez, “El Mono Jojoy”, declara publicamente haber entregado $300 mil para apoyar la campaña presidencial de Rafael Correa.
La reacción del eje populista a esta concurrencia de sucesos ha sido la de conservar, por una parte, un vínculo disculpatorio con el presidente Barack Obama, mientras derivan la responsabilidad de todo al Establishment estadounidense, especificamente a los llamados “Halcones” del Departamento de Estado y del Pentágono, en una clara alusión al carácter ultra-conservador de esas instituciones.
Castro y Chávez, también más recientemente Correa, han voceado rumores de que el actual presidente de Estados Unidos, ante las opciones de “portarse bien” con el Establishment o perecer de forma prematura y violenta, ha descartado la inminencia de su martirologio. Asi, hacen propaganda en sus escenarios de que esa ambiguedad bisoña de la administración Obama en política internacional, amplificada por los conflictos de Corea del Norte, Irán y ahora Honduras, es la evidencia de que en Estados Unidos el gobierno de Obama es títere de factores más poderosos, que terminarían por confirmar una frase de Castro, precisamente a raiz de la visita de Manuel Zelaya a La Habana: “No hay que ser muy optimistas. Las victorias de hoy pueden ser ensombrecidas por un retorno de la derecha, el má duro que se haya visto.”
Por lo pronto, las lecciones están a la vista, como si al tratar de escapar de una especie de determinismo histórico, el poderoso vecino del Norte no tenga más remedio que regresar poco a poco a su status quo, y lo mejor que Barack Obama puede asumir es que no es que una administración que propone profundos cambios en la imagen tradicional de Estados Unidos ante el mundo no pudiera lograrlo; es mucho más simple la realidad de que sus enemigos tradicionales, so pena de desaparecer como tales, no pueden dejar de presenta la imagen de Estados Unidos como el tradicional “coco” para sus pueblos; sin el poderoso enemigo que los amenaza, y al que ellos cada dia vencen con más miseria e inseguridad en sus naciones, esos duros de la izquierda no son nada, “ güeso na’má’, como dice el viejo estribillo guarachero.

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